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Por una sociedad inclusiva y liberada de estigmas

Por una sociedad inclusiva y liberada de estigmas

Bàrbara Torrent, Consejera de Bienestar Social y Vicepresidenta 1ª Fundación

Durante los últimos años son muchos los avances que se han hecho en el campo de la salud mental en cuanto al diagnóstico y tratamiento de las personas que conviven con esta patología. Se trata de una muy buena noticia, teniendo en cuenta que la Organización Mundial de la Salud estima que un 1% de la población mundial padecerá a lo largo de su vida una enfermedad mental grave.

Sin embargo, la prevalencia de otros problemas de salud mental, no definidos como graves y crónicos, afecta también una parte importante de la población general (una de cada cuatro personas). Además, hay que recordar que, en España, según el CIS, la pandemia ha supuesto un aumento significativo de la demanda de atención primaria, por sintomatología compatible con diagnóstico de enfermedad mental.

En concreto, a todos los grupos de edad han notificado problemas de depresión, ansiedad y trastornos del sueño. Entre niños y adolescentes, han incrementado los trastornos cognitivos y del desarrollo y el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH). En la edad adulta, han aumentado diagnósticos de esquizofrenia, duelo patológico, burnout, trastorno por estrés postraumático, síndrome de fatiga crónica, y otros trastornos psicóticos. Y entre las personas mayores, además de los mencionados, se han notificado alteraciones de la memoria y de la atención.

 

Estos días, con motivo del Día Mundial de la Salud, es probable que oímos hablar del estigma hacia las personas con enfermedad mental. El estigma hace referencia a un conjunto de actitudes, normalmente negativas, que un grupo social mantiene respecto a otros grupos que presentan algún rasgo diferencial, y que, habitualmente, provoca descrédito o desvalorización hacia estas personas que lo presentan.

En el ámbito que nos ocupa, las personas que padecen enfermedad mental tienen atribuidas una serie de estereotipos, en su mayoría negativos, tales como los de peligrosidad, incompetencia o falta de voluntad. De entre estos, nos preocupa de manera especial el de peligrosidad, marcado por el tratamiento que hacen algunos medios de comunicación sobre las noticias que relacionan hechos violentos con personas con diagnóstico de salud mental, y que se contradicen con las fuentes fiables, y con datos objetivas, las cuales indican que sólo el 5% de los delitos violentos los cometen personas con enfermedad mental grave.

Lo que no tenemos en cuenta, cuando estigmatizan a las personas con problemas de salud mental, es que estamos, como sociedad, aumentando las dificultades personales de estas personas, las que acaban integrando estas creencias sociales en su propia percepción, dando lugar a la instauración de la autoestigma, más difícil de tratar ya que serán las personas afectadas que habrán asumido estas creencias sociales hacia ellas como verdaderas, y su recuperación e integración social será aún más complicada.

Además, se percibirán como personas peligrosas, incompetentes y sin voluntad, lo que implicará baja autoestima, desconfianza en su capacidad y vergüenza, y se comportarán según la sociedad, y ya ellas mismas creen que estos rasgos los caracterizan y no aprovecharán las oportunidades sociales, rechazarán buscar ayuda, y se excluirán de la participación social.

En pocas palabras, asumirán como verdaderos los prejuicios y seguirán sin encontrar el espacio donde vivir y desarrollarse como personas dignas de existir, de ser queridas y de poder disfrutar de los mismos derechos que disfrutan el resto de personas. Dejar de luchar es dejar de vivir.